Diarios de una bicicleta

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Para gente con ganas de salir de casa

Pamplona - Iruña, qué piensan de nosotr@s

Muchas veces he pensado cuales son las características que definen a las personas de Pamplona - Iruña, qué piensa la gente sobre su gente, etc.

Hace poco fui a la biblioteca (sí, existen) a por una guía de viajes, cuando me encuentro con  una pequeña guía de bolsillo de Pamplona. Decidí cogerla y echarle un vistazo.

Probablemente sea la guía de viajes que haya leído más acertada a la hora de definir un lugar. Y os puedo asegurar que he leído alguna que otra. Si os gustaría saber qué es un PTV, por qué nos gusta tanto comer, cual es el clima de la ciudad, y por qué somos como somos os aconsejo que leáis estas líneas.

Y si no tienes la suerte de haber nacido en Pamplona y quieres visitar la ciudad te aconsejo Pamplona – Iruña en tu bolsillo, de editorial Everest. Da en el clavo, incluso en los restaurantes y bares de marcha que aconseja. Realmente buena.


Aquí van unos párrafos de la guía:

Pamplona y San Fermín

Pamplona es una ciudad esquizofrénica, que padece un terrible trastorno de personalidad. Una ciudad mutante, a la que le gusta trasvertirse.

Durante una semana al año es el centro de gravedad de una fiesta mundial en la que la ciudad se transforma por completo.

El resto del año, la ciudad es la antítesis de esta fiesta. Un lugar tranquilo, apacible, donde sus habitantes, rodeados de montañas, son gente deportista, discreta y nada exhibicionista. No es una exageración. Todo lo que le hayan podido contar sobre los San Fermines es poco. Como muestra un dato: durante esa semana la ciudad quintuplica la población. Pamplona tiene una población (sin contar su área metropolitana) de unos 200.000 habitantes y durante la semana de San Fermín de media aloja a algo más de un millón de habitantes.

Barcelona tiene empadronadas 1.600.000 personas. Imagina que vaciamos Barcelona durante una semana, vestimos de blanco y rojo a sus habitantes y los ponemos a bailar y dar vueltas por Pamplona todos a la vez. Desbordando la ciudad. Y convirtiendo las estrechas calles del casco viejo en una auténtica olla a presión. Eso es (más o menos) San Fermín. 204 horas de juerga sin descanso ni tregua para una ciudad que muda por necesidad. El ambiente es excepcional. Y una bendita locura.


Pamplona y su historia

Pamplona es un lugar tan complejo que ni siquiera se contentaba con tener un solo nombre. Pamplona es también Iruña, que, en euskera, significa simplemente “la ciudad”. Este fue el primer nombre de Pamplona. Y aún 3.000 años más tarde sus habitantes le siguen llamando así. Todo un alarde de tenacidad. La vieja Iruña, le dicen con cariño los pamploneses. La vieja ciudad.

Bajos sus adoquines descansan milenios de historia. Esta ciudad fue capital de un reino, asediada más de un milllar de veces, destruida y vuelta a levantar, fue de España la última en abrir sus murallas (quizás por si las moscas) y aún hoy las conserva casi intactas. De hecho, el complejo amurallado de Pamplona es de los mejores co nservados de toda Europa y hoy condiciona el urbanismo de una ciudad que se desparrama entre montañas, el río Arga y sus muros.

A nadie se le escapa que Pamplona hoy no es capital de ningún reino. Ni tiene rey, ni corte ni palacios. Pero no se puede negar que una ciudad que sigue conservando sus portales y murallas, que sigue honrando y levantando estatuas a sus reyes aún 500 años después de muertos, o en la que todos los días del año, a las doce del mediodía, los campanarios repican y recitan el himno de un reino que dejó de existir, el de Navarra, no es común. Si algo tiene este lugar es carácter.


El trastorno de personalidad de Pamplona no sólo lo tiene con los sanfermines, es un lugar para recorrer despacio, para pasear, para saborear e ir entendiéndolo poco a poco. Es una ciudad agradecida pero necesita tiempo. Es una ciudad en pugna constante en la búsqueda de su identidad.

Vascoparlante, castellana y hasta afrancesada. Tradicional, conservadora, cosmopolita y abierta. Antigua, vieja, moderna, transgresora. Montañosa, pirenaica pero también mediterránea y atlántica. Los tópicos y clichés no encajan del todo con estas “Pamplonas”.

Si visitas Pamplona en San Fermín conocerás una descomunal fiesta; si la visitas en algún momento durante el resto del año, conocerás la ciudad. Teniendo en cuenta esto, cualquier época del año es buena para visitar la capital del viejo reino de Navarra, pero quizás si quieres conocerla en su estado más genuino las estaciones más agradables serán tanto el otoño como la primavera. La ciudad sigue el transcurso natural de su vida. Es más auténtica, más ella misma. De abril a junio y de septiembre a octubre visitarás una Pamplona más Pamplona.

Especialmente en primavera encontrarás temperaturas agradables, días más largos y más actividad cultural y de ocio. Pero no menosprecies el otoño. Aquí, y en toda Navarra, es una estación de excepcional belleza, más que ninguna otra. La caída de la hoja es un espectáculo de la naturaleza que se vive con intensidad en estas tierras prepirenaicas. Como si fuesen fuegos de pirotecnia, los bosques de Navarra explotan en mil tonos y colores…



Y junto a los bosques también la capital de este añejo territorio: Pamplona es la ciudad con más superficie verde por habitante de toda España. Toda la ciudad vive el otoño y la primavera como la celebración de la naturaleza. Y las consecuencias que esto tiene en la gastronomía local son memorables: época de setas, castañas, caza y verduras.

Una época curiosa y excitante para recalar en Pamplona es la semana previa a las fiestas de San Fermín. No entenderás mucho del trajín que se intuye, pero lo disfrutarás. La ciudad se prepara como si un ejército fuese a asediarla en pocos días. Los bares, restaurantes, hoteles hacen acopio de víveres: toneladas de comida y océanos de bebida. Las calles, plazas y avenidas van engalanándose. El ayuntamiento va poniendo las barreras del encierro, preparando los escenarios, zonas de fiesta o de seguridad… Y mucha gente tiene ya un humor pre-festivo. Todos parecen más alegres y amables.

Por el contrario, y puestos a buscar fecha para evitar Pamplona (y es difícil encontrar alguna), es poco recomendable visitar la capital navarra en los días o semanas inmediatamente posteriores a los San Fermines. Te encontrarás con una ciudad que trata de sobreponerse a una horripilante y gigantesca resaca. La ciudad está vacía. Si en las vísperas es una ciudad preparada para un asedio, después parece que le están reconstruyendo de sus cenizas tras la guerra (nueve días de juerga). Las calles son un desierto. Los jardines, destrozados por el trote, son replantados y rescatados. Muchos bares y establecimientos se toman un respiro y cierran la segunda quincena de Julio. Miles de pamploneses se “rehabilitan” en la costa y huyen de vacaciones. En definitiva, sentirás que es una ciudad fantasma. Si esperas hasta agosto, la ciudad parece que se va poco a poco recuperando, y el clima será plenamente veraniego.

Pamplona y el clima

Hay un acertijo que con mucha guasa (y más malicia) utilizan los vecinos de otras localidades de Navarra o Gipuzkoa para burlarse de los pamploneses y de su clima. Dicen que en una caravana que recorre el desierto del Sáhara bajo un calor asfixiante hay un expedicionario pamplonés ¿cómo lo distinguiría de todos ellos? Muy fácil, se jactan nuestros vecinos, ¡es el que lleva una chaqueta por si refresca!

Esta “la chaquetica por si refresca”, es un clásico pamplonés. Pregunta, pregunta, no te lo podrán negar. Y es que, lo mejor define el clima de Pamplona es su alocada inestabilidad. Y los nativos saben que nunca viene mal una chaqueta, un paraguas o poder ponerse en manga corta. Ni te abrigues ni te destapes demasiado en esta ciudad. En general, el clima de Pamplona es bastante benévolo. Pero muy caprichoso.

Esta meteorología es el resultado de un complejo cóctel de influencias atlánticas y mediterráneas, al que se le añade el picante de las montañas, así que el rasgo característico son sus contrastes. De hecho, ni siquiera corresponde a un patrón anual, varía mucho de un año para el otro. Y durante el mismo día puede haber bastante diferencia de temperaturas.

Aunque jamás son extremas, estas oscilaciones hacen precisamente que lo que ha sido una calurosa jornada de verano durante el día requiera de esa “chaquetica” de punto para soportar el final de la tarde o la noche para estar en una terraza al aire libre. El calor se esfuma en un momento y los vientos del norte – El Cierzo – enfrían el ambiente. O lo recalientan más, como el otro viento que influye en las temperaturas de la ciudad: - el Bochorno – que sube cálido desde el sur del valle del Ebro.
Si observas el cielo pamplonés verás las nubes moverse muy rápido. Estos endiablados vientos las revuelven y arrastran al galope. Las nubes son protagonistas habituales del techo de Pamplona, pero tan rápido como penetran las montañas que rodean a la capital, se escurren en menos de diez minutos. Tanto para bien como para mal la meteorología en Pamplona es un “Carpe Diem”, disfrútalo mientras puedas.


Y lo que sí es un tópico y además se cumple es que Pamplona se pasa casi medio año bajo el paraguas: estadísticamente llueve 132 días. Es muy húmeda. El “Xirimiri” o calabobos es aquí menos insistente que en San Sebastián o Bilbao, y se da sobre todo en invierno, pero baña sigilosamente las calles. El promedio anual de días despejados se concentra casi con exactitud matemática en los meses de julio y agosto. El resto, pura tiranía meteorológica.

Pamplona, gente y costumbres

Los pamploneses somos una estirpe en constante lucha por encontrar nuestra identidad. Aunque en realidad en una batalla que ganamos hace tiempo: los pamploneses somos muy pamploneses. Y no te molestes en ponernos más adjetivos porque es una pérdida de tiempo y nadie se pondrá de acuerdo en saber si Pamplona tiene más carácter navarro, vasco, castellano, francés o ugandés.

Somos pamploneses, “Iruindarrak” o “Irunxemes”. Y poco más. Algunos se calzan, en el súmmum de la “pamplonidad”, el título de “PeTeUves” (pamplonés de toda la vida), que decimos nosotros.
Hay ciertos ritos que un PTV debe cumplir a lo largo de su vida, el menosprecio de estas sacrosantas tradiciones o “momenticos” puede conllevar al rechazo social permanente del colectivo. En este sentido somos un poco tribu amazónica.


No se trata de provincialismo, la “pamplonidad” es algo muy serio. Por ejemplo, no se puede ningunear a la cuadrilla. El pamplonés (y pamplonesa) no es un individuo libre e independiente: es un miembro más de alguna cuadrilla. Esta unión es indisoluble. No tener cuadrilla con la que potear, ir de pintxos, al monte o incluso salir de ligue es como estar huérfano de padre y madre. Sí, incluso de ligue. Tanto ellas como ellos.

Para diseccionar el carácter de un pamplonica hay que introducirse no en su cerebro, sino en su estómago. En esta tierra más que celebrar con bebida (que también), cualquier evento ha de celebrarse sentados en torno a una mesa. Y no se crea, la comida debe tener “fundamento” que se dice aquí. Ser algo contundente.

Muchas veces ni siquiera se trata de ir a un restaurante y gastar dinero, sino de “juntarse” en algún sitio y preparar cada uno algo que le guste, comida sana y tradicional, y compartirlo con el resto. Dos ejemplos emblemáticos: en verano muchos barrios y calles del casco viejo celebran fiestas patronales, los actos más multitudinarios son las cenas populares en las que cada vecino baja a la calle con un par de sillas y se junta con su cuadrilla a cenar; otro son las meriendas de San Fermín en la plaza de toros, en las que uno no lleva un bocadillo sino una perola de alubias o de bacalao. Hay en estos detalles una especie de resquicio de una ciudad que a la vez quiere ser pueblo. Metrópoli multicultural, y de vez en cuando, aldea.

Además de la gastronomía, hay otros dos asuntos que gozan de categoría de religión aquí: el mus y la pelota. Cuidado con apostar en el tapete o en el frontón. Se juega uno los dineros y la dignidad.
Puede parecer exagerado pero es que pocas ciudades uno es “tan de su ciudad” como en esta. Y quizás sea así porque a veces parece que discutir es otra costumbre local. No somos tozudos… somos, digamos, insistentes. Pese a esta capacidad de debate tan intrincada, somos gen te muy pacíficas o más bien tranquilas. La inmutabilidad y la expresión “sin más” (la oirá, seguro) son herencia de nuestro carácter montañés.


Esta identidad local llega al extremo de uno ya no es sólo “muy de Pamplona”, sino incluso “muy de su barrio”. Son habituales las disputas jocosas entre pamploneses de diferentes barrios sacándose mutuamente los colores sobre las miserias de sus respectivos vecindarios, especialmente avivadas son entre los de la Txantrea, Rochapea, Villaba o Burlada. En cierta medida lo disfrutan. Quizás influyan en estas rivalidades por ejemplo las que hay ya entre las diferentes peñas sanfermineras, la mayoría asociadas también a diferentes barrios.

En Pamplona los ancianos de orejas para arriba no tienen ni pelo ni frente, sino “txapela” (típica boina vasca). Y los niños recordarán toda su vida que de pequeños correteaban por la calles para evitar que un ser mitad caballo mitad hombre, el “zaldiko”, les zurrase. Los niños de aquí antes que aprenderse el abecedario ya saben que en su ciudad habitan seis hombres con una cabeza de tamaño colosalmente desproporcionada: Caravinagre, Patata, Napoleón, Verrugón, el Barbas y el Coletas. Los seis “Kilikis”.

Esta es una ciudad en la que todo lo pequeño trata, dentro de lo humanamente posible, de acabar en “ico”: cafecico, momentico, etc.  Y en la que las cosas grandes siempre deben ser más grandes “que ni sé”, “que el copón” o “que manda dios”. O a veces por sí no queda muy claro lo son dos veces: grande grande. Ya sea en castellano o en euskera los habitantes de esta ciudad siempre hablan cantando, y más tarde o más temprano acaban por mezclar sus dos lenguas madre.

Pamplona, un acercamiento histórico

Un invierno durísimo y una nevada terrible en los Pirineos dio a luz a Pamplona. Así de importante puede llegar a ser el clima en esta ciudad. Hasta el extremo de ser la causa de su fundación.

Fue en el año 74 antes de Jesucristo. El general romano Pompeyo Magno enzarzado en una de las innumerables guerras civiles romanas, en este caso contra Sertorio, se vio sorprendido por un invierno muy frío, escaso de fuerzas y víveres, a los pies de los Pirineos. Encasquillado con sus huestes en la tierra de los vascones y ante la imposibilidad de cruzar las montañas de nuevo hacia las Galias ni avanzar hacia el sur, llegó a un acuerdo con estos: se guarneció en su territorio y fundó un campamento militar al abrigo de su principal ciudad, Iruña, a la que llamó Pompaelo, “la ciudad de Pompeyo”. Así nació Pamplona.



Antes de que el general romano pasase el invierno aquí, ya existía Iruña, “la ciudad” o “la gran ciudad” en euskera, y al parecer, principal población de los vascones. Pocos años más tarde de que Pompeyo la rebautizase, el geógrafo griego Estrabón, en su obra en la que describe toda Europa desde Armenia hasta Irlanda, regaló unas líneas a Pamplona y dejó escrita su importancia: “Por encima de la laccetania (actual Jaca o Huesca), en dirección al norte, está la nación de los vascones, que tiene por ciudad principal a Pompelión, que es como quien dice la ciudad de Pompeyo”…

Espero que os guste esta descripción de mi ciudad, ya dejo de “daros la chapa” con Pamplona, eso sí, con unas líneas de Victor Hugo dedicadas a la ciudad:
Por la noche me he paseado por las murallas, solo y pensativo. Hay días en la vida que remueven en nosotros todo el pasado. Estaba lleno de ideas inexpresables. La hierba de las contraescarpas agitada por el viento silbaba débilmente a mis pies. Los cañones pasaban sus cuellos entre las almenas como para mirar el campo. Las montañas del horizonte, difuminadas por el crepúsculo, habían cogido unas formas magníficas; el llano estaba oscuro; el Arga, rizado por mil reflejos luminosos, se deslizaba entre los árboles como una culebra de plata.

Al pasar por delante de la entrada de la ciudad, he oído el chirrido de las cadenas del puente levadizo y la sacudida sorda del rastrillo que caía. Acaban de cerrar la puerta; en aquel momento salía la luna. Entonces, perdonarme el ridículo de citarme a mí mismo, estos versos que escribí hace quince años me volvieron a la mente: "Siempre dispuesta para el combate, la oscura Pamplona antes de dormirse bajo los rayos de luna, cierra su cinturón de torres."

2 comentarios

PTV dijo...

Muy interesante la entrada del blog, me ha gustado mucho. Eso de "la chaquetica" es un clásico!

Anónimo dijo...

Otro ptv dijo

Describe muy bien como somos los pamplonicas y hay que reconocer que tenemos una ciudad preciosa y que hay muy buena gente en ella.

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